¿La anhelada capital, desarrollo o caos?
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Por: Germosen Almonte
El crecimiento poblacional en la República Dominicana es inevitable. La población sigue aumentando, y junto con los problemas migratorios, este crecimiento se desborda. Esta situación genera nuevas exigencias para satisfacer las necesidades de esta realidad emergente.
La demanda resultante de este crecimiento no es intrínsecamente buena ni mala. No se trata de desarrollo ni de caos; más bien, depende de la capacidad de nuestras autoridades para gestionar este panorama de manera efectiva.
El aumento de la oferta habitacional, muchos de cuyos proyectos carecen de estacionamientos adecuados, la demanda de agua potable, el incremento de desechos sólidos, el manejo de aguas residuales, la invasión del espacio público por comercios y la falta de educación cívica son solo algunos de los problemas que enfrentamos. Este panorama se vuelve insostenible.
Este artículo no pretende descubrir nada nuevo, sino concientizar sobre la burbuja que se está formando y que, inevitablemente, colapsará. Debemos replantearnos esta posibilidad y considerar qué acciones podemos tomar al respecto.
He llegado a entender el incremento de la plusvalía de los terrenos en los pueblos, algo que días antes criticaba. Al preguntar por el precio de un terreno, me di cuenta de que estaba confundido.
Si bien es cierto que los medios de producción están concentrados en la capital, también lo es que muchos de sus habitantes cuentan con alternativas que podrían sacarlos de esta trampa. Aquí juega un papel crucial el “miedo al cambio” y la mal llamada “zona de confort”.
Comprometer los próximos 20 o 30 años de nuestra vida para adquirir una vivienda de 200,000 o 250,000 dólares, en apartamentos que podrían volverse invivibles, especialmente con la edad avanzada, no parece ser la mejor opción.
Al final, la vida se trata de calidad. Solo queda sentarnos un momento y reflexionar: ¿vale la pena la capital? ¿O sería mejor utilizar ese mismo monto para construir un pequeño palacio con más espacio, en un ambiente menos contaminado, rodeado de viejas amistades de la infancia, más económico y sostenible, en ese pueblito que nos vio nacer?
Solo resta decir: piénsatelo, ¿realmente vale la pena?