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Escrito por: Adolfo Pérez

El Estado dominicano no está cumpliendo con su misión. El modelo que tenemos es además de ineficiente, terriblemente excluyente. No hay que ser un genio para darse cuenta de ello. Las diferencias en la calidad de vida de nuestros ciudadanos saltan a la vista de todos. Mientras algunos jóvenes disfrutan de la versión más reciente de iPad, otros no alcanzan a satisfacer siquiera cuestiones tan elementales como la educación básica o la alimentación.

Y es que la desigualdad ha sido el ícono distintivo del Estado dominicano en los últimos 50 años.

Pero aún así, con todos los problemas pendientes por resolver; con la situación económica agravada a su máxima expresión; con tanta deficiencia, corrupción, hambre y miseria esparcida por todo nuestro territorio, confío en que nuestro estado, si se mejora significativamente, puede dar la talla.

Nunca he creído en la patraña de “refundar” el Estado dominicano. Sospecho que detrás de esa propuesta lo que se esconde es el deseo de aniquilar nuestra precaria institucionalidad para colocar en su lugar un proyecto personalista.

La cacareada refundación entrecomillada sería la coartada perfecta para que uno de esos fantoches tan de moda en la actualidad, esos que se sienten poseedores de la verdad absoluta, nos dispare el tiro de gracia y sustituya nuestro estado defectuoso por su nombre y apellido.

Me parece que la solución correcta y definitiva a nuestros males está en mejorar continua y aceleradamente este estado fofo, barrigón y holgazán que tenemos hoy, hasta convertirlo en un Estado esbelto.

¿Un Estado esbelto? Sí. Un Estado esbelto. Lo de esbelto no es un invento mío. Es un concepto probado que los ingenieros industriales conocemos muy bien. Proviene de la manufactura esbelta; consiste fundamentalmente en eliminar todas las operaciones que no le agregan valor producto, servicio y a los procesos, aumentando el valor de cada actividad realizada y eliminando lo que no se requiere. A reducir desperdicios y mejorar las operaciones, basándose siempre en el respeto al trabajador, y orientado a la mejora consistente de productividad y calidad.

Un Estado esbelto es aquel que incorpora una filosofía de excelencia, que implica la anulación de todo lo improductivo, es decir todo aquello que no es necesario, y que utiliza eficientemente todos los recursos de que dispone.

No pretendo bajo ningún modo la reducción o el achicamiento del Estado dominicano.

Tampoco pretendo que el Estado sea como suponía Hegel; la materialización del espíritu absoluto y la realización del reino de la libertad. No es eso. Es sencillamente sustituir toda la grasa por músculos, para que nuestro estado termine de una vez por todas de ser el mayor competidor que tienen nuestros empresarios, y en su lugar se convierta en su socio estratégico.

Que el Estado en vez de ser el principal obstáculo para la creación de riquezas, sea más bien parte integral de la solución a nuestros problemas.

Que para nuestros ciudadanos, sobre todo para los más desposeídos, el Estado sea un efectivo garante social, un promotor de la movilidad social ascendente, capaz también de amparar a aquellos que ya no cuentan ni con las energías, ni con las herramientas para desarrollarse en la competitiva sociedad actual.

El Estado esbelto respeta a los ciudadanos y lo más importante; los trata como tales.

Cuando la mano invisible del mercado no resuelve, entonces aparece la mano bien visible y fortalecida del Estado esbelto y corrige la situación. Porque el Estado esbelto usa gafas socialdemócratas genuinas, que le aseguran ver en todo momento a la gente en primer plano.

Hay suficiente evidencia empírica que avala la importancia de configurar un Estado esbelto en lo inmediato. Siento que es una suprema necesidad para los dominicanos. Reflexionemos sobre este particular y asumamos el pensamiento esbelto. A todos nos conviene.

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