La fiebre de poder y desesperación electorista no pueden estar por encima de la vida
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Hay quienes están difundiendo y estableciendo una peligrosa homologación entre hacer fila para comprar en un supermercado y hacer fila para ir a votar.
Dicen que si nos alineamos para abastecernos en un supermercado, por qué no habríamos de hacerlo también para la votación.
Esa es una comparación engañosa, arriesgada y hasta temeraria, pues no es lo mismo ni es igual.
Las compras en el súper tienen un carácter local y hasta vecinal, pues compramos en el lugar más próximo a nuestra residencia.
Nadie está dispuesto a recorrer grandes distancias para comprar, pues no resulta práctico ni conveniente.
Mientras que para sufragar, en una gran cantidad de casos, tenemos que hasta trasladarnos a otra demarcación, a otra ciudad, a otro sector, y hasta viajar desde otro país, en el caso de los cientos de miles de ciudadanos de la diáspora, dado que ya existen disposiciones que prohíben votar presencialmente en los países donde residen.
Además de lo contraproducente que sería que nuestros puertos y aeropuertos se conviertan en multiplicadores de infecciones provenientes de los lugares de más altos índices de contagios.
En tiempo de pandemia, esto significaría abrirle, de par en par, las puertas a una especie de suicidio colectivo.
En fin, la propuesta de aglutinar gente adentro y afuera de los centros de votación, es improcedente. A nadie se le puede obligar a votar por la muerte.