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Por Jory López

En nuestro país, la oligarquía que hoy gobierna no es una idea abstracta. Tiene
rostros, apellidos, contratos, negocios y medios de comunicación a su servicio. Se
presenta como defensora de la democracia, pero administra el Estado como si
fuera su propiedad privada. Controla las instituciones, impone la agenda nacional
y divide a sus adversarios con precisión calculada. Un ejemplo evidente es el
fenómeno electoral de Omar Fernández, senador del Distrito Nacional, una jugada
de esos sectores para generar un enfrentamiento político entre padre e hijo,
ambos militantes de la Fuerza del Pueblo.

Ambos partidos cuentan con experiencia de Estado, presencia territorial y cuadros
políticos formados. Lo que los divide no es la ideología, pues comparten historia,
visión y base social, sino heridas recientes que, si no se superan, se convertirán
en el combustible perfecto para que la oligarquía prolongue su dominio.
Algunos puntos clave para construir el camino del triunfo opositor:

1. Unidad verdadera, no de foto.

La oligarquía se sostiene gracias a la división. Mientras la Fuerza del Pueblo y el
PLD se perciban como enemigos, el verdadero adversario seguirá gobernando. La
unidad no significa borrar el pasado, sino pactar sobre el futuro: un acuerdo
mínimo de gobierno que garantice la alternancia y devuelva el poder a la mayoría.
Sin ese pacto, la victoria de la oligarquía está asegurada.

2. Recuperar la narrativa.

El actual gobierno ha intentado presentar a los viejos aliados como “responsables
del pasado” y a sí mismo como la única opción. La oposición debe responder no
con defensas tímidas, sino reivindicando los logros de 20 años y explicando cómo
corregir errores. Quien no cuenta su historia, deja que el adversario la escriba.

3. Organizar los territorios.

La fuerza de la FP y el PLD no reside únicamente en las encuestas, sino en sus
comités intermedios, círculos comunitarios y bases barriales y campesinas. Sin
embargo, si esas estructuras se activan solo en campaña, pierden eficacia. El
trabajo territorial debe ser permanente, con una agenda común en las zonas
donde la población siente el abandono del actual gobierno.

4. Propuestas creíbles y de ejecución inmediata.

El pueblo no vota solo para castigar, sino también para esperar mejoras. La
oposición debe presentar un plan sencillo pero contundente: reducir el costo de la
vida, generar empleo digno, garantizar salud y educación de calidad y
descentralizar el poder. No basta con decir “sabemos gobernar”: hay que
demostrarlo con ideas claras y viables.

5. Pensar más allá del triunfo.

Si logran desalojar a la oligarquía, el verdadero reto será gobernar juntos sin
repetir viejas prácticas. Eso exige transparencia, participación ciudadana y una
nueva cultura política que impida el regreso de la corrupción o del clientelismo
como norma.

La historia les ha concedido una segunda oportunidad. No es común que dos
estructuras políticas con experiencia de Estado y liderazgo nacional puedan unirse
frente a un adversario común. Si persisten en la división, la oligarquía enquistada
en el partido de gobierno celebrará otros cuatro años. Creer que el actual
presidente facilitará el retorno de Leonel Fernández al Palacio Nacional es una
ilusión; pensar que el PRM se comportará como el viejo PRD y se dividirá es otra
apuesta arriesgada.

Un ejemplo ilustrativo es el Frente Amplio de Uruguay (2004-2020), que demostró
que las alianzas programáticas funcionan. Durante 15 años, varios partidos
compartieron el gobierno sin renunciar a sus identidades, priorizando la agenda
común por encima de los intereses particulares.

Simón Bolívar – “La unidad nos salvará y la división nos destruirá.”
*El autor es politólogo.

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