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En una sociedad donde la prensa tradicional ha fungido durante décadas como el canal principal de construcción de la “verdad oficial”, la teoría de la conformidad a la norma cobra más vigencia que nunca.

Esta teoría, ampliamente documentada por la psicología social, explica cómo las personas ajustan su comportamiento y pensamiento para alinearse con lo que perciben como aceptado por la mayoría, aunque ello contradiga su criterio individual.

En República Dominicana, esto se traduce en una ciudadanía que repite discursos políticos o mediáticos sin cuestionarlos, porque hacerlo implica marginación, burla o sospecha.

Durante años, los principales medios de comunicación —por intereses económicos, partidarios o ideológicos— han moldeado la opinión pública con narrativas cuidadosamente construidas. Así se ha instalado una norma: lo que no se dice en esos medios, simplemente “no existe”.

Pero algo ha cambiado. Las redes sociales han comenzado a erosionar el monopolio narrativo. Cada día más dominicanos, sobre todo jóvenes y profesionales independientes utilizan plataformas como YouTube, X o Facebook para desmontar discursos oficiales, denunciar manipulaciones o compartir realidades que los medios callan. Son voces que se resisten a la conformidad, que no temen pensar distinto, y que están rompiendo el pacto silencioso de la sumisión narrativa.

Y justo cuando la sociedad empieza a hablar, aparece el intento de imponer una “Ley Mordaza”.

Esta ley, que pretende criminalizar la expresión en redes bajo pretextos de “protección al honor” o “prevención de la desinformación”, no es más que un instrumento de censura modernizado. Su objetivo no es proteger a los ciudadanos, sino reinstaurar el miedo a opinar, desincentivar el pensamiento crítico y devolver el control del relato a unos pocos.

Detrás de este tipo de leyes hay una clara intención de frenar el avance de esa ciudadanía que piensa, cuestiona y publica. Porque para los que han vivido cómodos en la uniformidad del pensamiento único, la disidencia representa una amenaza.

Pero la historia enseña que cada intento por silenciar a los inconformes solo alimenta su causa. En lugar de acallar las redes, esta ley solo ha logrado despertar a muchos que no sabían que también podían hablar.

Por eso, frente a la imposición de una norma única disfrazada de legalidad, la resistencia sigue siendo un acto de dignidad. Porque en tiempos de mordazas, la voz libre es más urgente que nunca.

 

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